lunes, 16 de abril de 2018

BUSCANDO LA BEBIDA PERFECTA



A lo largo de los años, Magreb y yo hemos probado de todo: hemos hincado los colmillos en manzanas, en pelotas de goma. Hemos vivido por todas partes: Túnez, Laos, Cincinnati, Salamanca. La luna de miel la pasamos saltando de un continente a otro, a la caza de líquidas quimeras: infusión de hierbabuena en Fez, grumosos batidos de coco en Oahu, café negro azabache en Bogotá, leche de chacal en Dakar, helado con Coca-Cola de cereza en los campos de Alabama, millares de bebidas a las que se les suponían mágicas propiedades saciantes. Pasamos sed en todas las regiones del globo antes de encontrar aquí nuestro oasis, en la bota azul de Italia, en este tenderete de limonada de una monja difunta. Sólo en estos limones encontramos algo de consuelo.

Cuando aterrizamos en Sorrento por primera vez, yo tenía mis dudas. La jarra de limonada que pedimos parecía turbia y adulterada. El azúcar se apelotonaba en el fondo. Di un trago, y un limoncito entero se instaló en mi boca; no hay término lo bastante hermoso para describir la primera sensación que aquel limón me produjo en el paladar, en los colmillos. Era de una acidez tonificante, con leve regusto a sal marina. Tras un cosquilleo inicial —una especie de efervescencia química a lo largo de mis encías—, sentí que un vacío balsámico se propagaba desde la punta de cada uno de mis colmillos hasta mi febril cerebro. Estos limones son el analgésico de un vampiro. Cuando has estado sediento durante mucho tiempo, cuando has sufrido, la ausencia de ambas sensaciones —por breve que sea— es pura gloria. Inspiré profundamente por la nariz. El latido en mis colmillos había cesado.

Antes de que rayara el día, la insensibilidad ya había empezado a desvanecerse. Los limones calman nuestra sed pero no la sacian por completo, como un líquido que podemos mantener en la boca sin llegar nunca a tragarlo. Al final, el ansia original acaba volviendo. He intentado ser muy bueno, muy correcto y aplicado para no confundir ese ansia original con lo que siento por Magreb.

Karen Russell, Vampiros y Limones

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