lunes, 25 de septiembre de 2017

ÉRASE UNA VEZ UNA NIÑA LLAMADA SEPTIEMBRE


que estaba muy aburrida de vivir en casa de sus padres, donde todos los días tenía que lavar las mismas tazas de té rosa y amarillas y las salseras a juego, debía dormir en la misma almohada bordada y jugar con el mismo perrito simpático. Como había nacido en mayo, tenía un lunar en la mejilla izquierda y los pies grandes y torpes, el Viento Verde se compadeció de ella y voló hasta su ventana una noche justo después de que cumpliera once años. Llevaba un batín verde, una capa verde de conductor de carruajes, unos pantalones de montar verdes y unas raquetas de nieve, también verdes. Y es que en las casas sobre las nubes donde habitan los Seis Vientos hace mucho frío.

—Pareces una niña con bastante mal genio e irascible —dijo el Viento Verde—. ¿Quieres venirte conmigo a cabalgar a lomos del Leopardo de las Brisas Suaves y viajar hasta el gran mar que delimita la frontera de Tierra Fantástica? Yo, por desgracia, no podré entrar, porque a los Aires Fuertes no nos está permitida la entrada, pero me encantaría poder acompañarte hasta el Mar Perverso y Peligroso.

—¡Claro! ¡Por supuesto que quiero! —dijo Septiembre con un suspiro, pues tanto las tazas de té rosa y amarillas como los perritos simpáticos le disgustaban profundamente.

—Perfecto. Pues ven y siéntate conmigo. Ah, y procura no dar demasiados tirones a mi leopardo, que muerde.

Septiembre trepó hasta la ventana de la cocina, y dejó atrás la pila rebosante de tazas de té rosa y amarillas llenas de jabón y con hojas todavía pegadas en el fondo, que formaban figuras con las que se podía leer el futuro. Una de ellas le recordaba un poco a su padre, que se encontraba lejos de allí, en el mar, con su largo impermeable color café, un rifle y objetos relucientes en el sombrero. Otra se parecía un poco a su madre, inclinada sobre un terco motor de avión con su mono de trabajo y los músculos de los brazos marcados. En otra de ellas, la forma de las hojas parecía un repollo aplastado. El Viento Verde le tendió la mano, enfundada, cómo no, en un guante verde. Septiembre respiró hondo a la vez que estrechaba la mano que le ofrecía. Sin embargo, cuando se subió al alféizar perdió uno de los zapatos. Como éste será un hecho que más adelante cobrará importancia en nuestra historia, tomémonos un momento para despedirnos de su delicada y remilgada mercedita, adornada con una hebilla dorada, que cayó ruidosa sobre el suelo de parqué. ¡Adiós, zapato! Septiembre no tardará mucho en echarte de menos.

Catherynne M. Valente, La niña que recorrió Tierra Fantástica
en un barco hecho por ella misma

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