viernes, 5 de mayo de 2017

UNOS LIBROS Y UN MAPA


En la clase de inglés de primera hora, descubrí que la profesora, de setecientos años de edad, cuyo nombre era, aunque parezca increíble, señora English, esperaba que nos hubiéramos leído Matar a un Ruiseñor durante el verano, así que suspendí la primera prueba. Genial. Me había leído el libro hacía por lo menos dos años, pues era uno de los favoritos de mi madre, pero había pasado mucho tiempo y me equivoqué en los detalles.

Hay algo que pocos saben de mí: me paso todo el tiempo leyendo. Los libros eran lo único con lo que podía evadirme de Gatlin, aunque sólo fuera durante un rato. Tenía un mapa en la pared de mi cuarto y cada vez que leía sobre un lugar que me gustaría conocer lo marcaba en él. El Guardián entre el Centeno me había mostrado Nueva York. Hacia Rutas Salvajes me condujo a Alaska. Cuando leí En el Camino añadí Chicago, Denver, Los Ángeles y Ciudad de México. Kerouac te podía llevar a casi cualquier sitio. Cada pocos meses, trazaba una línea para unir los puntos. Una fina línea verde que seguiría en un viaje por carretera el verano anterior a la universidad, si es que alguna vez conseguía salir de este pueblo. Me guardaba para mí solo lo del mapa y la lectura. En este lugar, los libros y el baloncesto hacían mala mezcla.

Kami Garcia & Margaret Stohl, Hermosas Criaturas

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