miércoles, 12 de abril de 2017

LA PASIÓN


El fragmento del cuento de hoy está inspirado muy libremente en las teorías del filósofo jesuita Pierre Teilhard de Chardin; en él, un grupo de religiosos quiere probar que la religión cristiana es la verdadera, pues si hay razas extraterrestres inteligentes, es lógico deducir que el hijo de Dios se ha encarnado, o se encarnará, en cada una de esas razas: es decir, que cada planeta habitado ha tenido o tendrá su propio Cristo.

Antes de abandonar el módulo de observación me detuve un momento y examiné con atención las imágenes que mostraban las holopantallas: Ichthys en un calabozo, sentado en un banco, encadenado de pies y manos, mostrando un aspecto todo lo desvalido que puede ofrecer un ser con ocho colmillos. No hacía nada, se limitaba a estar ahí inmóvil y silencioso. Sin embargo, las miradas de todos los presentes, incluyendo a Gretel, estaban fijas en él, llenas de asombro, como si fuera el más portentoso de los espectáculos.

Aquella noche tuve pesadillas que, al despertarme, no podía recordar.

Al día siguiente, después de desayunar, me dirigí al módulo de observación, donde ya se habían congregado todos los pasajeros, incluyendo al padre Pettkus, que estaba más callado que de costumbre.

—Ya ha comenzado el juicio —me informó Gretel, señalando las holopantallas.

Las imágenes mostraban un amplio patio situado frente a una fortaleza. Rodeado de soldados imperiales, un astartiano vestido con ricos ropajes, el prefecto, presidía el juicio sentado en una silla. Frente a él, entre dos soldados armados con espadas y lanzas, se hallaba Ichthys con las manos atadas a la espalda. A su derecha había un grupo de astartianos vestidos con túnicas rojas; Gretel me dijo que se trataba de los sacerdotes del templo de Alqud, pues eran ellos los que acusaban a Ichthys de blasfemia, de estar endemoniado y de sedición.

Tras menos de media hora de cháchara astartiana, que ni siquiera con la ayuda de la traducción simultánea resultaba medianamente inteligible, el juicio concluyó con un rotundo veredicto de culpabilidad. Ichthys fue condenado a recibir treinta y nueve latigazos y a morir crucificado.

Acto seguido, los soldados se llevaron a Ichthys de nuevo a la prisión, le ataron a un poste, un fornido astartiano empuñó un flagelo y comenzó la sesión de tortura. Fue un espectáculo atroz; el látigo arrancaba literalmente tiras de carne de la espalda de Ichthys, cubriéndole de una sangre que no por ser verde daba menos grima. (…)

Concluida la flagelación, Ichthys ofrecía un aspecto penoso; pese a ello, los soldados le obligaron a cargar con una pesada cruz de madera y a transportarla hasta un monte cercano a Alqud. Ichthys estaba tan débil que, durante el trayecto, cayó al suelo tres veces, y eso, por algún motivo, llenó de júbilo a los religiosos que me rodeaban.

Entonces me di cuenta de lo grotesco que era aquello. Estábamos asistiendo al cruel tormento de un pobre diablo alienígena, un espectáculo atroz; y sin embargo, esos sacerdotes, con la excepción de Hacher, lo contemplaban como si fuera lo más maravilloso que hubiesen visto jamás. Vale, cada vez estaban más seguros de encontrarse en presencia de su dios, pero ¿acaso no se daban cuenta de que su dios las estaba pasando canutas?

Tras la tercera caída, los soldados pararon a un astartiano que caminaba por allí y le obligaron a cargar con la cruz hasta su destino final, algo que también entusiasmó a los pasajeros.

Al llegar al monte donde tendría lugar la ejecución —en cuya cima había otros dos astartianos crucificados, lo que de nuevo fue motivo de regocijo—, los soldados tumbaron la cruz en el suelo, a Ichthys encima de ella y comenzaron a clavarle las manos al travesaño y los pies al larguero. Aparté la mirada para no ver aquella salvajada. (…)

Todos volvimos a centrar la atención en las holopantallas. Las imágenes mostraban a los soldados alzando la cruz donde estaba clavado Ichthys e introducían su base en un hoyo situado entre las otras dos cruces. Concluido el macabro trabajo, ocho soldados se alejaron de regreso a su cuartel, mientras que otros cinco se quedaban de guardia. Al pie de la cruz había tres hembras y un macho, todos pertenecientes al círculo de Ichthys.

César Mallorquí, Fiat Tenebrae

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