lunes, 27 de marzo de 2017

DÍA MUNDIAL DEL TEATRO 2017


Sin ninguna experiencia previa, salvo la de haber asistido de niño al teatro, a los diecisiete años dirigí una obra actuada por amigos y compañeros de la preparatoria. Se presentó de manera informal en la escuela y también en una sala más adecuada y abierta al público. La obra se llamaba Ensayo general: tocaba el tema de las drogas y sobre todo, como su título lo sugiere, el del teatro dentro del teatro. Su autor fue mi padre, cuya vocación innata como actor sólo cultivó de joven en algunas funciones de beneficencia. Tampoco continué yo por ese rumbo, aunque seguí siendo lector y espectador. Sin embargo, me reencontraría más tarde con el teatro de otra manera: algunos de los cuentos que he escrito para niños han sido adaptados para llevarse a escena desde hace más de veinte años. Al principio, cuando se trataba de grupos establecidos, pedía que me enviaran una copia de la adaptación para darle el visto bueno. Luego preferí no hacerlo y dar plena libertad a quienes hacen ese trabajo, a sabiendas de que al pasar de un lenguaje narrativo a uno dramático algo tiene que cambiar. Algunas veces he asistido a las funciones. De otras sólo me he enterado por la prensa o por alguna página de internet. A veces se respeta literalmente el texto y a veces sirve como fuente de inspiración para crear una obra basada en él. El cuento que más veces se ha representado se llama La peor señora del mundo, ya sea como espectáculo unipersonal, con títeres o sombras, como lectura dramatizada o bien montado como teatro escolar o profesional. Me ha tocado ver que algunas maestras y maestros se disfrazan del personaje principal para leerlo en el aula: una pequeña dosis de actuación contribuye a acercar el relato a los escuchas. El director de una compañía teatral me contó que alguna vez tuvieron que rescatar a la actriz que representaba el papel protagónico de la furia de los pequeños espectadores que veían en ella la verdadera reencarnación del mal: realidad y ficción se integran en el imaginario colectivo. También he sido testigo del reclamo, en plena función, que hacen algunos niños que conocen el libro cuando los actores siguen un libreto que no se apegan a la historia original.

Un cuento bien contado en el escenario cautiva sin duda al público infantil y de alguna manera lo transforma. Al salir de la sala en la que fue puesto en escena, el mundo parece distinto: ha sido tocado por la representación, que nos permite ver más allá de lo aparente. Y con frecuencia una reacción catártica opera en el espectador al verse proyectado en algunos de los personajes o situaciones. A diferencia de la lectura en soledad de una historia, cuando ésta salta a las tablas la experiencia cambia: ahora se trata de algo que está sucediendo frente a nuestros ojos y que lo podemos compartir con otros: ya no somos los únicos testigos. El relato cobra vida más allá de nuestra imaginación y de cierta manera nos convierte en sus protagonistas porque depositamos en los personajes nuestras emociones y nuestros miedos, nuestros anhelos y nuestras frustraciones. Ahí pueden reunirse armónicamente la ficción, la música, la danza, el canto, la poesía, el juego, la magia, los malabares y todos los recursos propios del arte teatral: vestuario, iluminación, escenografía, maquillaje, objetos de utilería. La aportación que hace la herencia cultural –con énfasis en la literatura y el teatro– contribuirá a que el niño ejercite su imaginación y encuentre un sentido a la vida.

Francisco Hinojosa

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