miércoles, 1 de marzo de 2017

CUENTO DE MARZO

Hacía demasiado calor en la casa grande y ambas salieron al porche. Se estaba formando una tormenta de primavera a lo lejos, por el oeste. Ya se veían los primeros destellos de algún relámpago, y a su alrededor soplaban rachas de aire gélido impredecibles que las refrescaban. Madre e hija se sentaron con recato en la mecedora del porche y empezaron a hablar de cuando volviera el marido de la mujer, que se había embarcado con un cargamento de tabaco rumbo a la lejana Inglaterra.

Mary, que tenía trece años y era hermosa y asustadiza, dijo:

—Tengo que decirlo. Me alegro de que hayan ahorcado a todos los piratas y papá vaya a volver con nosotras sano y salvo.

Su madre esbozó una sonrisa dulce que no se marchitó mientras decía:

—No me gusta hablar de piratas, Mary.

Se vestía de chico a pesar de ser una chica para encubrir el escándalo de su padre. No se puso un vestido de mujer hasta que estuvo en el barco con su padre y con su madre —la sirvienta a la que llamaría esposa en el Nuevo Mundo —, y partieron de Cork en dirección a las Carolinas.

Se enamoró por primera vez en ese viaje, envuelta en esas ropas desconocidas, torpe con esas faldas extrañas. Tenía once años y no fue ningún marinero quien le robó el corazón, sino el barco. Anne se sentaba en la proa y contemplaba el Atlántico gris retumbando a sus pies, oía los graznidos de las gaviotas y sentía que Irlanda se alejaba por momentos y se llevaba consigo todas las viejas mentiras.

Cuando desembarcaron se separó de su amado con pesar, y mientras su padre prosperaba en la nueva tierra, ella soñaba con el chirrido y el aleteo de las velas.

Su padre era un buen hombre. Se había alegrado de verla regresar, y no había mencionado el tiempo que había pasado fuera: el joven con el que se había casado, el hecho de que se la llevara a Providence. Ella había regresado con su familia al cabo de tres años, con un bebé agarrado al pecho. Dijo que su marido había muerto y, pese a la abundancia de historias y rumores, ni siquiera a los más chismosos se les ocurrió sugerir que Annie Riley era la chica pirata Anne Bonny, la primera pareja de Red Rackham.

—Si hubieras luchado como un hombre, no habrías muerto como un perro.

Ésas fueron las últimas palabras que Anne Bonny le dijo al hombre que le había hecho el bebé; o, al menos, eso se contaba.

La señora Riley contempló el juego de los relámpagos y oyó el primer rugido de los truenos en la lejanía. Estaban empezando a salirle canas y tenía la piel tan blanca como cualquiera de las mujeres respetables de la zona.

—Suena como un cañonazo —dijo Mary.

Anne le había puesto el nombre por su madre, y por la mejor amiga que tuvo durante los años que pasó lejos de la casa grande.

—¿Por qué dices esas cosas? —le preguntó su madre con remilgo—. En esta casa no hablamos de cañonazos.

Entonces empezó a caer la primera lluvia de marzo y la señora Riley sorprendió a su hija levantándose de la mecedora del porche y asomando el cuerpo bajo la lluvia para que le salpicara la cara como el rocío del mar. Fue un acto bastante inusual para una mujer tan respetable.

Mientras la lluvia le salpicaba la cara, se imaginó allí, capitaneando su propio barco, los cañones disparando a su alrededor, el hedor a pólvora flotando en la brisa salitrosa. La cubierta de su barco estaría pintada de rojo para ocultar la sangre de la batalla. El viento hincharía sus velas con un chasquido tan intenso como el rugido de un cañón mientras se preparaban para abordar el barco mercante y llevarse todo lo que quisieran, joyas o monedas;
y los besos ardientes con su primera pareja cuando pasara la locura…

—¿Mamá? —dijo Mary—. De verdad, parece que estés pensando en un gran secreto. Tienes una sonrisa muy rara en la cara.

—Qué tonta, querida —le respondió su madre. Y añadió—: Estaba pensando en tu padre.

Dijo la verdad, y los vientos de marzo las rodearon de locura.

Neil Gaiman

Y ya puestos una vieja canción marinera irlandesa, versión Celtas Cortos

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