martes, 31 de mayo de 2016

SAL DE MIS SUEÑOS


                Enviado por Carlos (B2C):

Debe de haber millones de chicos como yo. Me volvía loco una compañera del instituto, tenía mis diferencias con mi padre y, siendo sincero, los estudios no eran precisamente mi prioridad. Un escenario bastante típico para un adolescente.

Sin embargo, algo increíble me enseñó que estaba equivocado, que después de todo yo sí era especial, de un modo que no se puede explicar sin comenzar por la noche en que conocí a dos niñas gemelas que cambiaron mi vida para siempre. Aquella noche yo estaba desnudo, rodeado de gente en un museo.
Aunque parezca mentira, todo empezó en un sueño…

La historia de este adolescente se desarrolla a lo largo de seis sueños, a cada cual más sorprendente, raro, incomprensible... Lo único que tienen en común todos los sueños es que siempre aparecen unas niñas pequeñas, gemelas, una rubia y otra morena, que solo hablan mientras sujetan un bastón, que siempre intentan salirse con la suya.

Todo lo que ocurre en esos sueños cada vez se relaciona más con la vida real del protagonista, que se siente cada vez más desconcertado, superado y angustiado por la situación que está viviendo, tanto en la realidad como en sus sueños.

Para comenzar he de admitir que con tal solo la sinopsis me llamó la atención para leer este libro de Fernando Trujillo. Sinceramente los relatos que se centran en la acción, dejando atrás las descripciones minuciosas e incluso innecesarias en algunos momentos, y dejan muy alto el suspense al final del capítulo me fascinan, y este es uno de esos. Básicamente puedo destacar: Léxico muy sencillo, cosa que me llamo la atención y me facilito bastante la comprensión; su ritmo demasiado elevado obligándome a no separarme del libro y leerlo en prácticamente unas horas; un tema bastante llamativo desde mi punto de vista; personajes clásicos y sencillos; casi todos los ambientes son corrientes, excepto algunos de los sueños.

Mi valoración de este libro es muy buena. Lo que más me ha llamado la atención es la conservación del anonimato del personaje central hasta la última página y su correspondiente desarrollo en primera persona (aunque el autor confiesa que es su primer relato en este tipo de narración). Mis personajes favoritos son las gemelas, porque al principio del relato aparecen como unas niñas que van a facilitar la vida de Oscar, hasta que este poco a poco se va dando cuenta de sus verdaderas intenciones. Además de que se observa una dualidad de personalidades, en el que la gemela rubia representa una persona amable y cariñosa, mientras que la morena parece más brusca y rebelde.

En resumen, me ha encantado el libro gracias a su brevedad, acelerado ritmo y su obsesión por el contenido de la acción. Llevaba tiempo sin leer un libro que me devolviera las ganas de nuevo de adentrarme en este tipo de aventuras y me gustaría conocer más títulos y de más extensión de páginas de este tipo de relatos.

lunes, 30 de mayo de 2016

LA MAÑANA VERDE


Cuando el sol se puso, el hombre se acuclilló junto al sendero y preparó una cena frugal y escuchó el crepitar de las llamas mientras se nevaba la comida a la boca y masticaba con aire pensativo. Había sido un día no muy distinto de otros treinta, con muchos hoyos cuidadosamente cavados en las horas del alba, semillas echadas en los hoyos, y agua traída de los brillantes canales. Ahora, con un cansancio de hierro en el cuerpo delgado, yacía de espaldas y observaba cómo el color del cielo pasaba de una oscuridad a otra.
Se llamaba Benjamin Driscoll, tenía treinta y un años, y quería que Marte creciera verde y alto con árboles y follajes, produciendo aire, mucho aire, aire que aumentaría en cada temporada. Los árboles refrescarían las ciudades abrasadas por el verano, los árboles pararían los vientos del invierno. Un árbol podía hacer muchas cosas: dar color, dar sombra, fruta, o convertirse en paraíso para los niños; un universo aéreo de escalas y columpios, una arquitectura de alimento y de placer, eso era un árbol. Pero los árboles, ante todo, destilaban un aire helado para los pulmones y un gentil susurro para los oídos, cuando uno está acostado de noche en lechos de nieve y el sonido invita dulcemente a dormir.
Benjamin Driscoll escuchaba cómo la tierra oscura se recogía en sí misma, en espera del sol y las lluvias que aún no habían llegado. Acercaba la oreja al suelo y escuchaba a lo lejos las pisadas de los años e imaginaba los verdes brotes de las semillas sembradas ese día; los brotes buscaban apoyo en el cielo, y echaban rama tras rama hasta que Marte era un bosque vespertino, un huerto brillante.
En las primeras horas de la mañana, cuando el pálido sol se elevase débilmente entre las apretadas colinas, Benjamin Driscoll se levantaría y acabaría en unos pocos minutos con un desayuno ahumado, aplastaría las cenizas de la hoguera y empezaría a trabajar con los sacos a la espalda, probando, cavando, sembrando semillas y bulbos, apisonando levemente la tierra, regando, siguiendo adelante, silbando, mirando el cielo claro cada vez más brillante a medida que pasaba la mañana.
-Necesitas aire -le dijo al fuego nocturno.
El fuego era un rubicundo y vivaz compañero que respondía con un chasquido, y en la noche helada dormía allí cerca, entornando los ojos, sonrosados, soñolientos y tibios.
-Todos necesitamos aire. Hay aire enrarecido aquí en Marte. Se cansa uno tan pronto... Es como vivir en la cima de los Andes. Uno aspira y no consigue nada. No satisface.
Se palpó la caja del tórax. En treinta días, cómo había crecido. Para que entrara más aire había que desarrollar los pulmones. o plantar más árboles.
-Para eso estoy aquí -se dijo. El fuego le respondió con un chasquido-. En las escuelas nos contaban la historia de Johnny Appleseed, que anduvo por toda América plantando semillas de manzanos. Bueno, pues yo hago más. Yo planto robles, olmos, arces y toda clase de árboles; álamos, cedros y castaños. No pienso sólo en alimentar el estómago con fruta, fabrico aire para los pulmones. Cuando estos árboles crezcan algunos de estos años, ¡cuánto oxígeno darán!
Recordó su llegada a Marte. Como otros mil paseó los ojos por la apacible mañana y se dijo:
-¿Qué haré yo en este mundo? ¿Habrá trabajo para mí?
Luego se había desmayado.
Volvió en sí, tosiendo. Alguien le apretaba contra la nariz un frasco de amoníaco.
-Se sentirá bien en seguida -dijo el médico.
-¿Qué me ha pasado?
-El aire enrarecido. Algunos no pueden adaptarse. Me parece que tendrá que volver a la Tierra.
-¡No!
Se sentó y casi inmediatamente se le oscurecieron los ojos y Marte giró dos veces debajo de él. Respiró con fuerza y obligó a los pulmones a que bebieran en el profundo vacío.
- Ya me estoy acostumbrando. ¡Tengo que quedarme!
Le dejaron allí, acostado, boqueando horriblemente, como un pez. <<Aire, aire, aire -pensaba-. Me mandan de vuelta a causa del aire.» Y volvió la cabeza hacia los campos y colinas marcianos. y cuando se le aclararon los ojos vio en seguida que no había árboles, ningún árbol, ni cerca ni lejos. Era una tierra desnuda, negra, desolada, sin ni siquiera hierbas. Aire, pensó, mientras una sustancia enrarecida le silbaba en la nariz. Aire, aire. Y en la cima de las colinas, en la sombra de las laderas y aun a orillas de los arroyos, ni un árbol, ni una solitaria brizna de hierba. ¡Por supuesto! Sintió que la respuesta no le venía del cerebro, sino de los pulmones y la garganta. Y el pensamiento fue como una repentina ráfaga de oxígeno puro, y lo puso de pie. Hierba y árboles. Se miró las manos, el dorso, las palmas. Sembraría hierba y árboles. Ésa sería su tarea, luchar contra la cosa que le impedía quedarse en Marte. Libraría una privada guerra hortícola contra Marte. Ahí estaba el viejo suelo, y las plantas que habían crecido en él eran tan antiguas que al fin habían desaparecido. Pero ¿y si trajera nuevas especies? Árboles terrestres, grandes mimosas, sauces llorones, magnolias, majestuosos eucaliptos. ¿Qué ocurriría entonces? Quién sabe qué riqueza mineral no ocultaba el suelo, y que no asomaba a la superficie porque los helechos, las flores, los arbustos Y los árboles viejos habían muerto de cansancio.
-¡Permítanme levantarme! -gritó-. ¡Quiero ver al coordinador!
Habló con el coordinador de cosas que crecían y eran verdes, toda una mañana. Pasarían meses, o años, antes de que se organizasen las plantaciones. Hasta ahora, los alimentos se traían congelados desde la Tierra, en carámbanos volantes, y unos pocos jardines públicos verdeaban en instalaciones hidropónicas.
-Entretanto, ésta será su tarea -dijo el coordinador-. Le entregaremos todas nuestras semillas; no son muchas. No sobra espacio en los cohetes por ahora. Además, estas primeras ciudades son colectividades mineras, y me temo que sus plantaciones no contarán con muchas simpatías.
-¿Pero me dejarán trabajar?  
Lo dejaron. En una simple motocicleta, con la caja llena de semillas y retoños, llegó a este valle solitario, y echó pie a tierra.
Eso había ocurrido hacía treinta días, y nunca había mirado atrás. Mirar atrás hubiera sido descorazonarse para siempre. El tiempo era excesivamente seco, parecía poco probable que las semillas hubiesen germinado. Quizá toda su campaña, esas cuatro semanas en que había cavado encorvado sobre la tierra, estaba perdida. Clavaba los ojos adelante, avanzando poco a poco por el inmenso valle soleado, alejándose de la primera ciudad, aguardando la llegada de las lluvias.
Mientras se cubría los hombros con la manta, vio que las nubes se acumulaban sobre las montañas secas. Todo en Marte era tan imprevisible como el curso del tiempo. Sintió alrededor las calcinadas colinas, que la escarcha de la noche iba empapando, y pensó en la tierra del valle, negra como la tinta, tan negra y lustrosa que parecía arrastrarse y vivir en el hueco de la mano, una tierra fecunda en donde podrían brotar unas habas de larguísimos tallos, de donde caerían quizás unos gigantes de voz enorme, dándose unos golpes que le sacudirían los huesos.
El fuego tembló sobre las cenizas soñolientas. El distante rodar de un carro estremeció el aire tranquilo. Un trueno. Y en seguida un olor a agua.
«Esta noche -pensó. Y extendió la mano para sentir la lluvia-. Esta noche.»
Lo despertó un golpe muy leve en la frente.    
El agua le corrió por la nariz hasta los labios. Una gota le cayó en un ojo, nublándolo. Otra le estalló en la barbilla.
La lluvia.
Fresca, dulce y tranquila, caía desde lo alto del cielo como un elixir mágico que sabía a encantamientos, estrellas y aire, arrastraba un polvo de especias, y se le movía en la lengua como raro jerez liviano.
Se incorporó. Dejó caer la manta y la camisa azul. La lluvia arreciaba en gotas más sólidas. Un animal invisible danzó sobre el fuego y lo pisoteó hasta convertirlo en un humo airado. Caía la lluvia. La gran tapa negra del cielo se dividió en seis trozos de azul pulverizado, como un agrietado y maravilloso esmalte y se precipitó a tierra. Diez billones de diamantes titubearon un momento y la descarga eléctrica se adelantó a fotografiarlos. Luego oscuridad y agua.
Calado hasta los huesos, Benjamin Driscoll se reía y se reía mientras el agua le golpeaba los párpados. Aplaudió, y se incorporó, y dio una vuelta por el pequeño campamento, y era la una de la mañana.
Llovió sin cesar durante dos horas Luego aparecieron las estrellas, recién lavadas y más brillantes que nunca.
El señor Benjamin Driscoll sacó una muda de ropa de una bolsa de celofán, se cambió, y se durmió con una sonrisa en los labios
El sol asomó lentamente entre las colinas. Se extendió pacíficamente sobre la tierra y despertó al señor Driscoll.
No se levantó en seguida. Había esperado ese momento durante todo un interminable y caluroso mes de trabajo, y ahora al fin se incorporó y miró hacia atrás.
Era una mañana verde.
Los árboles se erguían contra el cielo, uno tras otro, hasta el horizonte. No un árbol, ni dos, ni una docena, sino todos los que había plantado en semillas y retoños. Y no árboles pequeños, no, ni brotes tiernos, sino árboles grandes, enormes y altos como diez hombres, verdes y verdes, vigorosos y redondos y macizos, árboles de resplandecientes hojas metálicas, árboles susurrantes, árboles alineados sobre las colinas, limoneros, tilos, pinos, mimosas, robles, olmos, álamos, cerezos, arces, fresnos, manzanos, naranjos, eucaliptos, estimulados por la lluvia tumultuosa, alimentados por el suelo mágico y extraño, árboles que ante sus propios ojos echaban nuevas ramas, nuevos brotes.
-¡Imposible! -exclamó el señor Driscoll.
Pero el valle y la mañana eran verdes.
¿Y el aire?
De todas partes, como una corriente móvil, como un río de las montañas, llegaba el aire nuevo, el oxígeno que brotaba de los árboles verdes. Se lo podía ver, brillando en las alturas, en oleadas de cristal. El oxígeno, fresco, puro y verde, el oxígeno frío que transformaba el valle en un delta frondoso. Un instante después las puertas de las casas se abrirían de par en par y la gente se precipitaría en el milagro nuevo del oxígeno, aspirándolo en bocanadas, con mejillas rojas, narices frías, pulmones revividos, corazones agitados, y cuerpos rendidos animados ahora en pasos de baile.
Benjamin Driscoll aspiró profundamente una bocanada de aire verde y húmedo, y se desmayó.
Antes que despertara de nuevo, otros cinco mil árboles habían subido hacia el sol amarillo.

Ray Bradbury, Crónicas Marcianas

domingo, 29 de mayo de 2016

LOS JUICIOS DE SANCHO


MAYORDOMO.- Perdón, señor; antes habéis de administrar justicia, que todavía no es la hora del yantar, y hay aquí unos pleiteantes aguardando.
SANCHO.- ¿Son muchos?
MAYORDOMO.- Por ahora, tres o cuatro no más.
SANCHO.- Pues entren esos tales,  y lluevan sobre mí pleitos, que si nadie me estorba con latines ni papeles, yo los despabilaré en el aire mejor que el mismo Salomón.
MAYORDOMO.- He aquí la vara de la Justicia. Pero antes de tomarla, fuerza será que cumpláis con una vieja costumbre de esta tierra.
SANCHO.-Así sea, que respetar las costumbres es ley de buen gobierno. Veamos qué es ello.
MAYORDOMO.-Es la costumbre que todo el que viene a tomar posesión de esta famosa ínsula está obligado lo primero a responder a una pregunta que sea algo intrincada y dificultosa. Por esa respuesta el pueblo toma el pulso del ingenio de su nuevo gobernador, y así se alegra o se entristece con su venida.
SANCHO.-Pues venga esa pregunta, que yo sentenciaré lo mejor que pudiere sin perdonar derecho ni llevar cohecho. Y si no acierto, al que da lo que tiene, no se le pida más. Conque adelante el preguntador.
MAYORDOMO.-Pues es el caso, señor, que a la entrada de esta villa hay un puente, y en la mitad del puente hay una horca. Y está mandado que a todo el que pase el puente se le pregunte a dónde va. Si contesta la verdad, se le deja ir libremente; pero si contesta mentira, se le debe ahorcar allí mismo. Pues bien, esta mañana llegó al puente un hombre, y al preguntarle los centinelas a dónde iba, contestó: «Voy a morir en esa horca.» Y ahí está lo grave, señor gobernador: que no hay manera de cumplir con la ley. Porque si se le deja libre resultará que se le deja habiendo dicho mentira, y si se le ahorca resultará que se le ahorca habiendo dicho verdad. ¿Cuál es vuestra sentencia?
SANCHO.- (Se rasca la cabeza resoplando.) Vamos despacio, que juez que mal se informa nunca bien pronuncia. ¿Manda la ley que al que diga verdad se le deje ir libre y al que diga mentira se le ahorque?
MAYORDOMO.-Así es.
 SANCHO.- Y ese hombre, al preguntarle ¿adónde vas? contesta: a morir en esa horca.
CRONISTA.-Así es también.
SANCHO.- Luego si se le deja ir libre no se cumple con la ley porque ha dicho mentira, y si se le ahorca tampoco se cumple con la ley porque ha dicho verdad.
DOCTOR.-Así mismo.
SANCHO.- ¿Y ése es todo el intríngulis? Pues a fe que, o yo soy un ignorante o este negocio se resuelve en dos paletadas. Porque si no hay manera humana de ahorcar a medio hombre dejando en libertad al otro medio, y si la balanza está en el fiel con las mismas razones para perdonarle que para condenarle, y ni condenándole ni perdonándole se cumple con la ley.... lo que sobra es la ley. Conque perdónese a ese hombre, que de doblarse alguna vez la vara de la justicia, más vale que se doble hacia la misericordia que no hacia el castigo. Ésta es mi sentencia.
MAYORDOMO.- ¿Han oído, señores?
PUEBLO.- ¡Dios guarde a nuestro gobernador!
MAYORDOMO.- Tomad, pues, la vara de la Justicia; que si todas vuestras sentencias son como ésta, bien seguros podemos estar en vuestras manos.
SANCHO.- Quédese aquí la vara, que ya habrá tiempo de usarla. Y vamos a comer, señores, que no tengo yo la cabeza para tanto pensamiento ni el estómago para tanto ayuno.
DOCTOR.-Esperad todavía, señor; los pleiteantes aguardan.
SANCHO.-Mala costumbre es ésta de traer los pleitos a la hora del comer. Pero en fin, el que quiera estar a las maduras esté también a las duras, y cada palo aguante su vela, que cuando Dios amanece, amanece para todos. Que pasen esos hombres.
(Sale un PAJE a dar la orden.)
MAYORDOMO.- Tomad las insignias de vuestro cargo.
(Ayudado por un PAJE le ciñe ceremoniosamente un rico tabardo con guarnición de cibelinas, gorra de velludo con pluma y collar de oro. SANCHO toma la vara y sube solemnemente al estrado. Entretanto el DOCTOR comenta con el CRONISTA.)
DOCTOR.- ¿Qué me decís de nuestro flamante gobernador?
CRONISTA.- Que no tiene pelo de tonto, y no sería yo quien le metiera un dedo en la boca. Por burla se le ha nombrado; pero bien pudiera ser que, si sigue como hasta aquí, las bromas se vuelvan veras y salgan burlados los burladores.
 (Pasa el CRONISTA a su mesa, donde va tomando nota de los juicios. Entran el LABRADOR con sus alforjas y el SASTRE con ferreruelo y grandes tijeras colgadas a la Cintura. Tras ellos entran dos VIEJOS barbados -el uno con grueso báculo- que permanecen al fondo esperando su audiencia.)
SASTRE.- (Mirando a todos.) ¿Quién es el señor gobernador?
SANCHO.- ¿Quién va a ser? ¿No veis aquí la vara?
(Corren los dos a sus pies. disputándose la palabra.)
SASTRE.- ¡Dadme a besar esas manos justicieras!
LABRADOR.- ¡Dadme a mí las manos y los pies!
SANCHO.- ¡Ni manos ni pies ni besos. Al grano, y barras derechas! ¿Qué negocio es el vuestro?
SASTRE.- ¡Justicia contra ese acusador embustero!
LABRADOR.- ¡Justicia contra ese ladrón de sastre!
SASTRE.- ¿Ladrón yo?
LABRADOR.- ¿Embustero yo?
SANCHO.- ¡Silencio los dos! Cómo ¿no ensilláis y ya cabalgáis? ¿Es que puedo yo ver clara una cosa que me contáis turbia? Que hable uno solo.
SASTRE.- Yo soy el acusado.
SANCHO.- Pues pasad vos a este lado; quedaos vos a ese otro. Y hábleme el acusado por este oído, que el otro lo necesito para el que hable después.
(Se inclina a un lado haciendo caracola con la mano en la oreja correspondiente.)
SASTRE.- Yo, señor, soy sastre, que por mala fama que tenga es oficio tan de bien como otro cualquiera. Estando ayer en mi tienda llegó este labrador, me entregó dos cuartas de paño y me preguntó: « ¿Habrá bastante con este paño para hacer una caperuza?» Yo, tanteando el paño, díjele que sí. Pero como los sastres tenemos esa maldita fama de quedarnos con una parte del paño como maquila, el hombre volvió a preguntar: «Diga, ¿y no habría bastante para hacer dos en lugar de una?» Yo le comprendí la intención, pero como nada se había hablado del tamaño, respondí que también. Entonces el muy zorro volvió a quedarse pensando y tornó a preguntar: « ¿Y no podrían salir tres?» «Sí, como poder, también pueden salir tres.» En fin, por no cansar, que él siguió añadiendo caperuzas y yo añadiendo síes, hasta que llegamos a cinco. Con esto ya le pareció bastante y quedamos en que yo le haría cinco caperuzas. Ahora, al entregárselas, pone el grito en el cielo, y no sólo no me quiere pagar la hechura, sino que pretende que yo le pague o le devuelva su paño. Eso es todo.
SANCHO.- (Cambiando ostensiblemente de mano y de oreja.) ¿Es así, hermano?
LABRADOR.- Así es.
SANCHO.- ¿Es verdad que vos le encargasteis las cinco caperuzas?
LABRADOR.- Verdad.
SANCHO.- ¿Y es verdad que él las hizo con el paño que le disteis y no con otro?
LABRADOR.- Verdad también. Pero él nada me advirtió del tamaño. ¿Y sabe su señoría lo que ha hecho? ¡Muestra, muéstralas a la Justicia!
SASTRE.- (Sacando la mano de debajo del ferreruelo con una caperucita roja en cada dedo.) Aquí están las cinco, una por una, y juro a Dios que nada me sobró del paño, y que están cortadas y cosidas con todas las de la ley.
LABRADOR.- ¿No es un escarnio, señor gobernador?
SASTRE.- Considere que él nada me dijo del tamaño. Pues ¿qué creía este bribón que puede hacerse con dos cuartas «adminículas» de paño?
SANCHO.- ¡Basta ya! El pleito está bien claro y aquí no han de ser menester más leyes que juzgar a juicio de buen varón. Ninguno de los dos tiene razón porque los dos habéis obrado de mala fe. Por lo tanto, que pierda el labrador el paño, y el sastre que pierda su trabajo. Quédense aquí las caperuzas para enseñanza de pleiteantes.  Y lárguense los dos con viento fresco, que no están los gobiernos para perder su tiempo con pleitos menudos de truhanes y maliciosos. ¡Largo ahora mismo! (Levanta la vara amenazando. Los dos litigantes corren atropellándose.) ¿Queda algún otro?


DOCTOR.- Estos dos ancianos, con pleito de dineros.
(Se adelantan los dos.)
SANCHO.- Que hable el demandante.
VIEJO SIN BÁCULO.- Es el caso, señor, que este vecino mío me pidió prestados hace tiempo diez escudos. Díselos con la mejor voluntad y tardé todo lo que pude en recordárselos por no ponerle al devolvérmelos en mayor necesidad de la que tenía al pedírmelos. Ahora los necesito, y me niega la deuda diciendo que ya me los devolvió y que no me acuerdo.
SANCHO.- ¿Tenéis pruebas, buen viejo?
VIEJO SIN BÁCULO.- Ahí está lo malo: que como le tenía por honrado, le entregué los escudos sin firma ni testigos.
SANCHO.-(Al MAYORDOMO.) ¿Es conocido en la ínsula el demandado como hombre de opinión y de creencia?
MAYORDOMO.- Los dos lo son, señor. De ninguno de ellos se sabe que haya faltado nunca a su palabra.
SANCHO.- ¿Qué queréis que haga yo entonces, hermano? Si él se empeña en que sí y vos en que no bajo palabra, nada vamos a sacar en limpio.
VIEJO SIN BÁCULO.- Sólo pido a vuestra señoría que le tome juramento público y solemne. Téngolo por hombre de fe y no le creo capaz de falso juramento.
SANCHO.- Sea como queréis. (Se pone de pie y muestra un crucifijo.) ¿Estáis dispuesto a jurar delante de la Santa Cruz?
VIEJO CON BÁCULO.- Dispuesto estoy. Tenme este báculo un momento, vecino. (Entrega el báculo a su compañero, avanza y pone la mano sobre la Cruz.)  Yo confieso ante Dios que este buen amigo me prestó  los diez escudos de oro. Y juro por la salvación  de mi alma que se los he devuelto, poniéndolos con mi propia mano, en su propia mano, solemne y públicamente. ¡Que el Cielo me condene si miento!
SANCHO.- Hecho está el juramento. ¿Puedo hacer algo más por vos?
VIEJO SIN BÁCULO.- Nada, señor. Por encima de todo es cristiano viejo y no va a condenar su alma por diez escudos. No hay duda de que él tiene la razón. Toma tu báculo, hermano, y quede saldada la deuda para aquí y para delante de Dios.
VIEJO CON BÁCULO.- Así sea. (Recoge el báculo.) ¿Puedo retirarme, señor?
SANCHO.- Aguarda un poco. (Medita perplejo con el índice sobre la nariz. Rumia en voz alta las palabras del VIEJO, con un rebrillo sagaz en los ojos.) ¿De manera que se los habéis devuelto... con vuestra propia mano... en su propia mano... solemne y públicamente?
VIEJO CON BÁCULO.- Así fue.
SANCHO.- ¿Y tanto os estorbaba ese báculo que no habéis podido jurar con él? A ver, dádmelo acá. ¡Pronto!
VIEJO CON BÁCULO.- ¿Por qué, señor?
SANCHO.- Porque algo me huele aquí a gato encerrado. Y a fe mía que si lo hay, es dentro de este báculo donde debe de estar. (Lo examina buscando algo. Por fin destornilla el puño y vuelca sobre una bandeja, que acerca el MAYORDOMO, el báculo hueco, de donde salen las diez monedas.) ¡Ajá! ¿No lo dije? Aquí está el gato. (Exclamaciones de asombro.) Tomad vuestros escudos, buen hombre. Y condénese a ese otro por falsedad pública; que el que sólo dice la mitad de la verdad es igual que el que miente. Rematado el pleito.
MAYORDOMO.- ¿Qué os parece de esto, señores?
CRONISTA.- ¡Viva mil años nuestro gobernador!
PUEBLO.- ¡Viva!
SANCHO.- Déjense de gritos, y si real y verdaderamente quieren que viva, denme algo de comer, que no soy de piedra-mármol y me estoy cayendo de necesidad. 

Alejandro Casona, La Ínsula de Barataria

viernes, 27 de mayo de 2016

OTRA VEZ ALICIA


Aprovechando que hoy se estrena en las pantallas de cine Alicia a través del Espejo, la última producción de Tim Burton, la cual, dicen las malas lenguas, que no es una buena adaptación, os recomiendo una de las novedades de esta primavera de la editorial Edelvives, la edición de Alicia de Benjamin Lacombe.

Sobre el texto no os voy a comentar nada, lo conocemos de sobra; simplemente que  os deleitéis con las magníficas ilustraciones de Benjamin Lacombe. El libro incluye una sección final con correspondencia del autor con Alice Liddell y otras niñas, apuntes a la edición y datos cronológicos y biográficos, además de páginas desplegables.



Y ya que estamos con los 150 años de su publicación os ofrezco una viñeta de Trampantojo, por Max, publicada en el periódico El País, para que echéis una sonrisa:

jueves, 26 de mayo de 2016

LA CARTA DE HOGWARTS


Aunque pocas cosas hay más frikis que recibir la siguiente carta:

Harry extendió la mano para coger, finalmente, el sobre amarillento, dirigido, con tinta verde esmeralda al «Señor H. Potter, El Suelo de la Cabaña en la Roca, El Mar». Sacó la carta y leyó:

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA

Director: Albus Dumbledore
(Orden de Merlín, Primera Clase,
Gran Hechicero, Jefe de Magos,
Jefe Supremo, Confederación
Internacional de Magos).

Querido señor Potter:

Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el Colegio Hogwarts de Magia. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios.

Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza antes del 31 de julio.

Muy cordialmente, Minerva McGonagall
Directora adjunta

Las preguntas estallaban en la cabeza de Harry como fuegos artificiales, y no sabía cuál era la primera.

J. K. Rowling, Harry Potter y la Piedra Filosofal

miércoles, 25 de mayo de 2016

DESTROZA ESTE DIARIO


25 DE MAYO:
DÍA DEL ORGULLO FRIKI

            Estaba pensando que subir hoy, cuando me he acordado de este libro que se lo vi a un grupo de alumnos hace un par de meses. A mí, personalmente, lo que hacían me parecía una salvajada; ellos, en cambio, que son personas que leen y cuidan con esmero sus libros, se lo estaban pasando genial.

Esta propuesta de Keri Smith es el diario más loco y emocionante que puedes encontrar, pues nos permite dar rienda suelta de forma sorprendente a nuestra creatividad. Se ha llegado a convertir en un fenómeno en las redes sociales

¿Cómo lo consigue? Rompiendo barreras y animando a todos a hacer un poco el gamberro y experimentar, ya que se nos pide agujerear las páginas, añadir fotos para dibujar encima, pintar con café, diseñar pegatinas o recortar. Es ingenioso, creativo, nos permite experimentar y perder el miedo a hacer cosas diferentes, que al fin y al cabo es en lo que consiste ser creativo. ¿Te atreves a dejar caer miel sobre el libro y luego cerrarlo? ¿Y cómo lo harás? ¡Emocionante! Las actividades que propone son tan estrafalarias que es imposible no divertirse con ellas

En un principio está pensado para adolescentes, sin embargo este libro cuenta con fans de todas las edades. Los que están deseando dejar salir su niño interior y los que nunca lo han olvidado alucinarán con este regalo.


Es perfecto para jóvenes creativos poco amigos de escribir. Con esta loca agenda todo cambiará

Las cosas que se proponen en el libro no tienen por qué hacerse en orden. Simplemente ábrelo por una página al azar y dejarte sorprender

martes, 24 de mayo de 2016

ALGO TAN SENCILLO COMO TUITEAR TE QUIERO


Enviado por Almudena (B1C):

El primer año en la universidad marca la vida de muchas personas. Te enfrentas a nuevos retos, nuevas ilusiones y a numerosos cambios que, por mucho que tengas previstos no dejan de sorprenderte. Todo esto se multiplica si, además, ese primer año lo pasas en una residencia de estudiantes. Vives veinticuatro horas, los siete días de la semana, con los que terminan convirtiéndose en tus mejores amigos. Abres los ojos de par en par y surge el amor, llegan las decepciones, descubres la pasión, te persiguen las tentaciones, conoces a fondo tus miedos... todo intensificado y a un ritmo que da vértigo. Los chicos de la Benjamin Franklin afrontan esa época repletos de sueños y también de dudas. Las cosas no siempre son lo que parecen ni salen como uno desea. Pero tienes que lanzar la moneda para saber si sale cruz o cara.

En este libro, Blue Jeans nos presenta un grupo de chicos y chicas que afrontan por primera vez la experiencia de vivir y estudiar lejos de la casa familiar. Madrid se convertirá en su ciudad de acogida y la residencia, en su nuevo hogar. Todos ellos tendrán sus propios problemas y deberán enfrentarse a las novatadas, la soledad, las nuevas relaciones que puedan surgir, las tentaciones poco recomendables… A pesar de todo, y por encima de todo, triunfará el amor, la amistad y la lealtad al grupo.

Tanto la historia como los personajes parecen tan reales que se hace muy ameno de leer. Y creo que es lo que más importa de un libro para gustar, que todo parezca real. Además con cosas tan simples Blue Jeans ha escrito una novela bastante buena y muy original.

Al principio, pensaba que iba a ser como las otras trilogías, el tema del amor, pero no, no solo tiene amor, sino que también tiene los problemas como los trastornos alimenticios, engaños, fiestas, racismo, homosexualidad, alcohol, drogas, relaciones a distancia… Este libro me ha encantado porque iba con unas expectativas bajas, ya que como he dicho antes no quería que fuese todo de amor como los otros y no creía que se iba a salir de ese esquema pero al ver que sí me sorprendió mucho y me encantó.


Me gusta que haya incluido el mundo tecnológico por así decirlo. Tienen todos móviles y Toni tiene una relación por internet, aunque luego no sea lo que esperaba… Este es otro aspecto del libro el cual me sorprendió y me asustó bastante, ya que Toni en realidad estaba engañado por un pederasta muy buscado y son cosas que crees que solo pasan en las películas y en los libros, pero si te das cuenta pasa muchas veces a nuestro alrededor, en el mundo real. Algunas historias quedan sin resolver, pero espero que se solucionen en el siguiente libro Algo tan Sencillo como Darte un Beso.

lunes, 23 de mayo de 2016

SERIAL KILLER


¡Soy el mejor asesino en serie de la historia! -se dijo, mientras leía los titulares del periódico. Pasó las páginas prestando especial atención a aquellos artículos sobre asesinatos o accidentes, en los que había habido víctimas- ¡Un dios de la muerte, un genio del mal! ¡Mira con cuantas personas he acabado, mira! -Estaba completamente sólo. Vació de un trago enérgico la taza de café que había estado sosteniendo durante una buena media hora, y se tomó unos segundos para paladear el amargo sabor de la bebida- ¡Ah, negro y sin edulcorantes! Ésta es la clase de café que beben los hombres de verdad, yo no iba a ser menos -Se rió. Golpeó el periódico contra la mesa e hizo un gesto de satisfacción con el rostro, autoafirmándose- Esos palurdos de los policías no podrán entender mi genialidad. Cada uno de mis asesinatos tiene truco ¡Tan maligno! ¡Tan perverso! Soy tan terrible que me encanto. Pero ahora no es momento de eso, vamos a ir a por la siguiente víctima.
Tardó apenas cinco minutos en arreglarse y bajar a brincos los tres pisos de escaleras que le separaban del suelo firme en la calle. En su paseo andaba a zancadas titánicas, acorde con su delgaducha y espigada figura, que, de alguna manera, conseguía imponerse sobre el resto de mortales. No dirigía su mirada hacia ningún punto, ni siquiera al frente; en su lugar, estaba centrado en su monólogo interior, agasajándose a sí mismo hasta que llegó al parque; entonces sus pasos descendieron la velocidad. El movimiento que hacía al andar era el de una gallina, pero con aires de grandeza. No podía evitar mover la cabeza hacia delante y hacia atrás, parecía ser algo natural en el, arraigado tan dentro de sí que lo más que podía hacer para solventarlo era disimularlo discretamente, exagerando otros gestos. Sé sentó en el banco, justo en el mismo centro, con las piernas cruzadas y la espalda severamente reclinada sobre el respaldo, pasando uno de sus brazos detrás de este. Con el otro sacó el libro que había estado llevando en la parte trasera de su bolsillo y se dispuso a leer
- ¡Vaya, vaya, vaya, Hércules Poirot, a ese asesino podrás descubrirle, pero conmigo sería otro cantar!
Entonces cavilaba, y lo hacía con intensidad. Llegaba un punto en el que la novela se hacía realidad, o en el que la realidad se hacía novela porque todo se mezclaba en una nebulosa mental y, como él decía, salía el "diablillo desvencíjate" y comenzaba a arrasar con todo. Personas, objetos, animales, niños (porque no los consideraba personas, sólo un proyecto de ello). En sus reflexiones, se levantaba y comenzaba a divagar. Se puso los guantes de algodón, que siempre llevaba consigo, y cogió del suelo una rama fina de sauce llorón, que se había desprendido por seca y débil, y la vio como una barra de metal. Desató el pañuelo que llevaba al cuello y con él se cubrió la boca y la nariz. Miró alrededor. Buscó una víctima.
A lo lejos divisó un señor mayor sentado en un banco, hablando afablemente con su nietecita, que jugaba en la arena; cargando todo el peso hacia delante, sobre su bastón. Estaba decidido. Reclinó el cuerpo en posición de sprint y aún con sus mocasines, realizó una buena marca hacia su objetivo.
-¡Hi'o puta, deha a la shica en pah que t'arreo! -Gritó el anciano cuando vio al hombre tratar de darle a su nieta con la rama.
En realidade, no le estaba haciendo daño a la niña, aunque en su cabeza todo era sangre. Qué era una niña contra un hombre; qué era un loco contra el anciano; qué era una rama endeble contra el bastón de madera de ébano y cabeza de cerámica. Un golpe en las costillas, otro en la pierna.
- ¡L'crío la mierda, pegándole a mi niña... Pero será imbécil ¡Voy a llamar a la policía! -Mascullaba el abuelo mientras cogía de la mano a la pequeña y se la llevaba.
Y se levantó sin más. “El dolor está en la mente.” Se decía, quitándose el polvo de la ropa, con las piernas temblorosas cual corzo recién parido. Miró al suelo y vio que no había sangre
- ¡Qué hábil soy sin quererlo, tal, es la costumbre de eliminar las pruebas que la sangre ya la he limpiado! ¡Sin darme cuenta! Eso explica la breve siesta que me acabo de echar. -Se guardó el pañuelo y los guantes, se recolocó la camisa dentro de los pantalones y continuó su jornada como si nada hubiese pasado.
Desde una cafetería cercana divisó cómo la policía llegaba al lugar. Le sorprendía que el anciano hubiese llamado verdaderamente a los agentes, al fin y al cabo dudaba de que le hubiese visto la cara. Los dos hombres uniformados estudiaban la escena a desgana, pero persistentemente bajo su atenta mirada. En un momento concreto, uno de ellos se giró hacia su posición. Creyó que sus miradas se chocaron. Se sentía al resguardo tras el logo de la cafetería, pintado en el cristal que los separaba. En ese mismo momento sabía que se había encontrado con aquella persona.
Aquella persona que sería su némesis.
Vio que ambos policías conversaban y se dirigían hacia el mismo lugar donde él se encontraba.
«No puede ser, es imposible que me hayan pillado, no he dejado pruebas, no se me ha visto la cara, sólo está el cadáver. Sólo está el cadáver» Los agentes entraron por la puerta haciendo sonar un cascabel que pendía sobre esta «A ver, respira. Inhala, exhala, inhala, exhala» Se acercaron al mostrador. Una chica bajita y rubia les daba la bienvenida; mientras, él había comenzado a hiperventilar levemente, tratando de ocultarlo con todas sus fuerzas. Se sentaron en la barra, a espalda suya, su pequeño ataque de pánico separó de repente «Oh. Ohhh. Sólo era eso, están en su descanso» Una sonrisa siniestra en forma de "v" le alzó las mejillas en su rostro naturalmente enjuto y luego la cambió por una más hipócrita, de gesto afable. Se levantó y se dirigió a la barra
- Cóbreme señorita.
- Por supuesto -Respondió ella con un gesto amable grapado en la cara mientras le pasaba la factura- Gracias por su visita, esperamos volver a verle pronto -Pronunció de manera automática.
El no respondió mientras dejaba el dinero en el mostrador. Se despidió de la camarera con un ligero asentir y se giró. Del uniforme colgaba una pequeña placa con su nombre: José Gutiérrez.
- Tengan un buen día agentes -Declaró en voz alta.
 - Usted también -Contestaron al unísono- ...Espere un momento -Le detuvo Gutiérrez.
Al girarse pudo estudiar sus facciones. Le sacaba una cabeza de altura y su complexión equivaldría a dos veces la suya. Tenía los ojos claros y el pelo castaño repeinado hacia un lado, cubierto por la gorra reglamentaria.
-¿En que puedo ayudarle?
-¿No habrá visto usted por casualidad a alguna persona sospechosa por aquí? En el parque.
-No, siento no poder ayudarles. Buen día -Y según acabó de hablar, se dio la vuelta con elegancia y se marchó.
Al llegar a su casa, se sentó en un butacón de color marrón colocado justo al lado de la ventana y al que hacía compañía una pequeña y elegante mesa auxiliar. Sobre esta descansaba un grueso tomo de tapa dura. Se despojó de todos los objetos que podía tener encima y se sentó en el butacón a leer. Mientras recorría con la vista las palabras impresas e imaginaba la situación, para sí mismo se iba dictando qué hubiese hecho él para eliminar las pruebas, o el cadáver, para que no le incriminasen. Consideraba esto una práctica muy lúdica gracias a la cual había logrado crear planes "de crimen perfecto" como a él le gustaba llamarlos. Sentía en su occipital el movimiento de un cúmulo de sensaciones que constantemente le recordaban que aquello que creía hacer no era verdad, pero las voces de su ego trataban de aplacar esa sensación. Había perdido el hilo de lo que estaba leyendo, ahora perdido en su reflexión, mientras pasaba las páginas. «Si no me tomo esto en serio» Se escarmentaba «tampoco mi némesis me tomará en serio. Tengo que dejar de pretender. Tengo que tomármelo en serio. El personaje de mis novelas ha de nacer mejor, más letal, más efectivo e implacable. Quiero que ése policía se quiebre la cabeza para dar conmigo y que acabe en el foso más profundo de la desesperación. ¡Voy a hacerlo. Voy a cometer el asesinato perfecto!».
Desde ese momento, se dedicó a recoger, a lo largo de una semana, los materiales que utilizaría. Tomó especial cuidado en ir a comprar los objetos en diferentes puntos de la ciudad, algunos cerca de su casa, algunos lejos, casi en el suburbio. Meditó concienzudamente cómo sería el tipo de persona que habría de ser la mejor víctima y localizó en sus paseos matinales un buen emplazamiento, ni muy lejano, ni muy cercano a lugares relacionados con él. Aquel mismo sábado lo tenía todo listo.
Estaba en la calle sintiendo el fresco de aquella noche estival en las mejillas. La gran mayoría de la gente se concentraba en el interior de los bares y discotecas, que lanzaban a la calle las potentes ondas sonoras de sus bafles en oleadas rítmicas. Él se encontraba agazapado, oculto detrás de la columna adosada a la entrada de una tienda de alta gama. De la carretera, le ocultaban tres contenedores de reciclaje y se sentía amparado por las sombras. Justo en frente de él, se encontraba una pequeña galería comercial cuyas tiendas ahora se encontraban bajo la vaga iluminación de las escasas farolas que poseía. Escuchó pasos a sus espaldas y sintió una emoción indescriptible. Alargó un pequeño espejo, lo suficiente como para ver quién se aproximaba. Una vez estuvo seguro, se sacó de la chaqueta un cordel de unos dos centímetros de grosor y se enrolló un extremo en cada mano, sujetando fuertemente el material. Podía escuchar a la persona muy cerca, casi percibir el hedor a alcohol en su aliento.
Un sólo movimiento ágil y lo arrastró a su lado, colocándolo en la esquina que hacía la columna contra la pared.
- Grita todo lo que quieras, no te va a oír nadie.
El cuerpo que se retorcía bajo el suyo propio era el de un adolescente aún más delgado que él. Su fuerza no tenía parangón con la suya, y todos sus esfuerzos se centraban en intentar gritar y separar la cuerda que apresaba su cuello. Sin reducir la fuerza que ejercía, su mente se eludió de la realidad y comenzó a divagar. El muchacho cayó inconsciente al suelo cuando lo liberó, mirando un punto fijo en la carretera. Se escondió la cuerda de nuevo y dejó al chaval allí tendido. Según avanzaba sentía que aquellos que salían de los bares iban a por él. Sus caras distorsionadas eran aquellas de un monstruo, con las fauces abiertas y babeantes. Huyó al resguardo de una discoteca.
En el interior de esta se estaba celebrando alguna clase dé fiesta. La gente bailaba al ritmo de la música que pinchaban varios artistas en un escenario flanqueado por dos enormes objetos hinchables que representaban el logo del local. El aire estaba viciado por el sudor, el alcohol y el ritmo aplastante que llegaba hasta los huesos. Esto fue el cénit de su fantasía cohibida, acercándose a uno de los mastodónticos globos, que temblaba hacia delante de manera amenazadora. Sacó una navaja y lo rajó con una incisión certera que le transportó a una distancia lejana con un tremendo estruendo. La música paró y todos parecían confusos. Se logró escurrir hasta la salida, de nuevo consciente de si mismo, con la camiseta pegada al cuerpo y la cabeza latiendo de manera dolorosa. En ese momento se acercó al lugar donde había dejado al adolescente, pero estaba vacío.
Al llegar a su casa se sirvió una taza de té y continuó hojeando sus novelas mientras bebía el líquido refinadamente. Meditaba con el ceño fruncido.
A la mañana siguiente se dirigió hacia el lugar del que había huido el día anterior. Dos coches de policía bloqueaban el acceso a la carretera, pero se podía continuar si se andaba por la acera. Había unas cuantas personas, entre ellas, el chaval al que había atacado, que hablaba con los agentes. Pudo reconocer a José Gutiérrez entre ellos. Al parecer, le habían escuchado aproximarse y se giraron todos al unísono. Los agentes tornaron a caballeros que le miraban de manera acusadora a través del yelmo
- Lo siento pero no puede acceder a...- Dijo el agente Gutiérrez, mientras se aproximaba a él. La libreta que sujetaba y el bolígrafo con el que apuntaba las cosas se convirtieron en un escudo y una lanza decorados con una blanquísima luna creciente. Sintió la sangre hervir al ver al muchacho y un sabor amargo mientras que el agente le instaba a irse. Se marchó corriendo. Lo que había probado era la derrota.
Un mes tras este suceso, se había visto postrado en la cama de un hospital tras que en el último mes dejase de comer, concluyendo en un desastroso desmayo en la calle. En su brazo había un gotero, en su mesilla, una pila de novelas que le había traído un viejo amigo suyo «Para que no te aburras» le dijo en su momento. Ni siquiera las había tocado. Regresó a ser el hombre racional en sí. No por la derrota, sino por el miedo. «Todo ha sido un producto de mi imaginación. Yo no he hecho nada. No pueden venir a por mi. No soy el mejor asesino en serie de la historia, no le he hecho daño a nadie». Repitiendo estas palabras, se recostó.
- Mi mayor enemigo fueron las novelas, y yo mismo.

María Teresa Cabañero Castillo
PREMIO RECREA TU QUIJOTE IES OCTAVIO CUARTERO 2016 CATEGORÍA BACHILLERATO