domingo, 13 de marzo de 2016

UNA CORONA EN LA CALIZA

        

           Ayer se cumplió un año de la muerte de Terry Pratchett; os dejo con el comienzo de su última obra que se acaba de publicar en castellano. Por cierto, ¿guapa la camiseta, no?

Nació en la oscuridad del mar Circular, al principio solo como una sustancia blanda que flotaba, empujada adelante y atrás por una marea tras otra. Desarrolló un caparazón, pero en su mundo vertiginoso había criaturas enormes que podrían haberlo partido en un instante. Pese a todo, sobrevivió. Su tenue vida quizá hubiera seguido transcurriendo del mismo modo hasta que los peligros del oleaje y las otras cosas que flotaban en el mar le hubieran puesto fin, de no ser por la charca.

Era una charca cálida, en lo alto de una playa, que de vez en cuando se rellenaba con alguna tormenta llegada del Eje, y en ella la criatura se alimentó de cosas incluso más pequeñas que ella y creció hasta reinar. Habría crecido más si un verano caluroso la mirada iracunda del sol no hubiera evaporado toda el agua.

Y así la pequeña criatura murió, pero dejó su caparazón, que albergaba la semilla de algo afilado. La siguiente marea tormentosa se lo llevó de la charca y lo dejó encajado en el litoral, donde fue rodando arriba y abajo con los guijarros y demás restos de las tormentas.

El oleaje marcó el ritmo de las eras hasta que el mar se secó y se retiró de la tierra, y el pinchudo caparazón de aquella criatura, muerta tanto tiempo atrás, se hundió bajo las capas de cascarones de otras pequeñas criaturas que tampoco habían sobrevivido. Y allí permaneció, con un núcleo afilado que crecía poco a poco en su interior, hasta el día en que lo encontró un pastor que cuidaba de su rebaño en las colinas que habían pasado a conocerse como la Caliza.

El pastor recogió aquel objeto extraño que le había llamado la atención, lo sostuvo en la mano y le dio vueltas. Era basto pero a la vez no lo era, y le encajaba en la palma de la mano. Tenía una forma demasiado regular para ser sílex, y sin embargo tenía corazón de pedernal. La superficie era gris como una piedra, pero con un atisbo de oro por debajo. Tenía cinco rugosidades a intervalos regulares, casi como franjas, que se alzaban desde una base más o menos lisa hasta la periferia elevada. El pastor ya había visto antes cosas semejantes, pero aquella parecía distinta… y casi le había saltado a la mano.

Se le cayó mientras le daba vueltas y más vueltas, y tuvo la sensación de que intentaba decirle algo. Era una bobada, lo sabía, y aún no había tomado ninguna cerveza, pero aquel objeto extraño parecía llenar su mundo. Se reprendió por ser tan zopenco, pero aun así lo recogió del suelo y se lo llevó a la taberna para enseñárselo a sus amigos.

—Mirad —les dijo—, ¿a que parece una corona?

Por supuesto, un amigo suyo rió y respondió:

—¿Una corona? ¿Y para qué quieres tú una corona si no eres rey, Daniel Dolorido?

Pero el pastor se llevó a casa su hallazgo y lo dejó con delicadeza en la repisa de la cocina, donde guardaba las cosas que le gustaban.

Y allí, con el tiempo, cayó en el olvido y se descolgó de la historia.

Pero no para los Dolorido, que fueron transmitiéndolo de generación en generación…

Terry Pratchett, La Corona del Pastor

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