domingo, 31 de enero de 2016

RELATO DEL LEPROSO

         
      Si queréis comprender lo que voy a deciros, sabed que llevo la cabeza cubierta por un capuchón blanco y que agito una carraca de madera dura. Ya no sé cómo es mi rostro, pero mis manos me dan miedo. Corren delante mí como bestias escamosas y lívidas. Me gustaría cortármelas. Siento vergüenza de lo que tocan: me parece que los frutos rojos que recojo y las pobres raíces que arranco desfallecen o se marchitan a su contacto. Domine ceterorum, libera me! El Salvador no ha redimido mi pálido pecado. Me tiene olvidado hasta la resurrección. Como el sapo sellado al frío de la luna en una piedra oscura, permaneceré encerrado en mi escoria repugnante cuando los demás se levanten con su cuerpo claro. Domine ceterorum, fac me liberum: leprosus sum. Estoy solo y lleno de horror. Sólo mis dientes han conservado su blancor natural. Causo espanto en las bestias, y mi alma quisiera huir. El día se aparta de mí. Hace mil doscientos años que su Salvador los salvó, pero Él no tuvo piedad de mí. Yo no fui tocado por la lanza sangrante que lo atravesó. Quizá la sangre del Señor de los otros me hubiese curado. Pienso con frecuencia en la sangre: mis dientes podrían morder; son cándidos. Ya que Él no ha querido dármelo, estoy deseoso de tomar aquello que le pertenece. Por eso he espiado a los niños que bajaban del país de Vendôme hacia esta selva del Loire. Llevaban cruces y estaban sometidos a Él. Sus cuerpos eran Su cuerpo, y Él no me ha hecho partícipe de su cuerpo. Estoy rodeado en la tierra de una condena pálida. He estado acechando para chupar sangre inocente del cuello de uno de Sus niños. Et caro nova fiet in die irae: en el día del terror mi carne será nueva. Detrás de los demás caminaba un niño fresco de cabellos rojos. Opté por él, salté de improviso y le tapé la boca con mis horrendas manos. Sólo llevaba encima una burda camisa; iba descalzo, y sus ojos al verme permanecieron plácidos. Me contempló sin asombro. Entonces, sabiendo que ya no gritaría, tuve el deseo de oír de nuevo una voz humana y retiré mis manos de su boca. Sus ojos parecían estar en otra parte.
—¿Quién eres? —le dije.
—Johannes el Teutón —respondió.
Y sus palabras eran límpidas y saludables.
—¿Adónde vas? —continué diciéndole.
Y él respondió:
—A Jerusalén, a conquistar la Tierra Santa.
Entonces me eché a reír, y le pregunté:
—¿Dónde está Jerusalén?
Y él respondió:
—No lo sé.
Y yo le dije:
—¿Cómo se llega allí?
Y él me dijo:
—No lo sé.
Y yo le dije aún:
—¿Qué es Jerusalén?
Y él respondió:
—Es Nuestro Señor.
Entonces me eché a reír de nuevo, y le pregunté:
—¿Quién es tu Señor?
Y él me dijo:
—No lo sé; es blanco.
Y esta palabra me llenó de furia, y preparé mis dientes bajo mi capuchón, y me incliné hacia su cuello fresco, y él no retrocedió, y yo le dije:
—¿Por qué no tienes miedo de mí?
Y él dijo:
—¿Por qué iba a tener miedo de ti, hombre blanco?
Entonces gruesas lágrimas me inundaron, y me tendí sobre el suelo, y besé la tierra con mis labios terribles, y grité:
—¡Porque soy leproso!
Y el niño teutón me contempló. Y dijo límpidamente:
—No lo sé.
¡No tenía miedo de mí! ¡No tenía miedo de mí! Mi monstruosa blancura era, para él, semejante a la de su Señor. Y, tomando un puñado de hierba, enjugué su boca y sus manos. Y le dije:
—Ve en paz hacia tu Señor blanco, y dile que me ha olvidado.
Y el niño me miró sin decir nada. Lo acompañé fuera de la negrura de este bosque. Caminaba sin temblar. Vi desaparecer a lo lejos, fundiéndose con el sol, sus cabellos rojos. Domine infantium, libera me. Que el sonido de mi carraca de madera llegue hasta ti como el sonido puro de las campanas. ¡Maestro de los que no saben, libérame!

Marcel Schwob, La Cruzada de losNiños

 Ya que hoy se celebra el Día Mundial de la Lepra:

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