viernes, 9 de octubre de 2015

LA HERMOSA HERENCIA DE EDGAR ALLAN POE (II)

Continuando con el cuento iniciado ayer

Al acabar el curso, si querías seguir estudiando, había que elegir la modalidad de Bachillerato. Por encuna de todo estaba mi deseo de ser escritor, pero también tenía otras aficiones. Me gustaban mucho los animales y todo lo relacionado con el medio ambiente y la conservación de la naturaleza. También se me daba bastante bien la Química, porque mi padre es químico y me la ha enseñado desde pequeño. Claro que esos conocimientos podrían haberme sido útiles a la hora de escribir, que en el fondo es también una cuestión de precisión y de ajustar las palabras, pero entonces no lo sabía. Estaba convencido de que si estudiaba Humanidades aprendería a escribir mejor y tendría quizá mayor posibilidad de publicar. Nadie me previno ni me dijo nada. Mis padres pensaban que lo que yo eligiese estaría bien, y los profesores que conocían mis aficiones literarias consideraban muy natural que optara por esa modalidad.
Antes de haber podido arrepentirme, ya estaba estudiando Latín y Griego. Me apliqué, como siempre, pero sin éxito. No podía dejar de pensar que las lenguas muertas carecían de sentido para mí, salvo si acababa escribiendo en ellas. Y era evidente que eso no iba a ocurrirme,, porque ya tenía mi propio idioma.
También nos enseñaban Filosofía. Era una asignatura que temía un poco y que me parecía al menos tan rancia como el Latín y el Griego. Pero me equivocaba, porque la profesora supo darle un aire atractivo, y en vez de hablarnos de Platón y de Descartes, autores que iban en segundo, nos explicó las teorías de la formación del universo y la de la evolución de las especies, que desde siempre me ha resultado muy atractiva. Creo que todo sería muy distinto si fuéramos siempre conscientes de que somos una especie más, y de que la nuestra está estrechamente emparentada con las otras.
Mi viejo escollo, la Historia, me planteó las dificultades habituales. Esta vez era Historia Contemporánea. Siguiendo el libro de texto, dimos primero la Revolución industrial; luego, la Gran Depresión de 1929, y después, asombrosamente, la Revolución Norteamericana y. la Francesa. Por suerte, empecé a entender que debía ayudarme de otros libros, e ir comparando unos con otros, sin fiarme del todo de ninguno. Hay libros de texto malos, y los de Historia suelen ser los peores.
Pero el principal obstáculo al que hube de enfrentarme fue la Lengua. No lo esperaba. Había leído mucho más que cualquiera de mis compañeros. Sabía escribir correctamente, sin faltas, y me expresaba con fluidez. Es más, había escogido Humanidades precisamente porque me encantaba la Lengua.
El primer día de clase, me presenté al profesor. Era un hombre delgado, de aire inquisitivo, con unas ojeras oscuras y permanentes que le habían valido el mote de Mapache.
-Me llamo Ricardo Arias -le dije-, y quiero ser escritor.
Me miró con extrañeza.
-¿Escritor? ¿Estás seguro?
-Sí. Bueno, en cierta medida ya lo soy -me jacté, recordando la dedicatoria de Muñoz Puelles-. Escribo desde los doce años, o antes. Tengo un montón de cuentos, y estoy a punto de terminar una novela.
-¿Terminar una novela, dices? No sabes de qué estas hablando -replicó con severidad-. No tienes ni idea. Una cosa es escribir para uno mismo, como hacen muchos, y otra es publicar y vivir de ello. Si quieres, puedes estudiar Periodismo.
-No, quiero escribir novelas y cuentos.
-Para empezar, tendrías que dominar la Lengua, la Sintaxis. Sobre todo la Sintaxis -insistió, amenazante, y por un momento me pareció que sus ojeras se volvían más oscuras.
No me tomé en serio la amenaza hasta que abrí el libro de texto, que casualmente había escrito él mismo, en cola[)oración con otros autores, y me encontré con párrafos como el siguiente:
«Un sintagma nominal puede constar de varios elementos: un núcleo, uno o varios actualizadores, normalmente antepuestos, y uno o varios modificadores: adjetivo, sintagma adjetival, nombre, sintagma nominal, sintagma preposicional y proposición. Los actualizadores presentan el sustantivo y funcionan como determinantes. El sustantivo es el núcleo del sintagma nominal y posee morfemas de género y número. Como sujeto, determina también los morfemas de número y persona del verbo. El adjetivo recibe a su vez del sustantivo morfemas de género y número, y presenta grados: positivo (cualidad sin intensificar), comparativo (relación de cualidad entre dos términos)...».
Aquella jerga no tenía el menor sentido para mí. Y, suponiendo que lo tuviera y que algún día pudiera entenderla, ¿de qué iba a servirme?
Leía el libro de Lengua fervorosamente e intentaba memorizarlo todo, pero el Mapache sabía encontrar mis puntos débiles.
-A ver, Arias -me llamaba-, sal y explícanos cómo se clasifican los conectares.
Yo salía en medio de la ciase y empezaba:
-Los conectores pueden ser aditivos, opositivos, causativos-consecutivos, comparativos, reformulativos, ordenadores y espaciales.
-¿Cómo se clasifican los conectores reformulativos?
-De explicación, de recapitulación, de ejemplificación y de corrección.
-A ver, ejemplos de conectores de recapitulación.
-En resumen, en suma...
Al llegar aquí ya no sabía qué decir, y el Mapache lo tenía en bandeja:
-En resumen, en suma, que el escritor de la clase no sabe más ejemplos.
Alguno de mis compañeros soltaba una risita, pero eso no me molestaba. Lo realmente molesto era que aquellas clasificaciones me parecían arbitrarias e incomprensibles.
A veces nos pasábamos toda la clase haciendo análisis sintácticos, que era lo que yo más odiaba, porque me sabía capaz de hacer más o menos el análisis morfológico, pero en el sintáctico siempre me equivocaba.
-A ver, Arias, plasma en un gráfico el análisis de la frase «Las famosas aguas del río Turia recorren lentamente su camino hacia el mar». Puedes optar por un análisis en barra o en árbol.
Yo iba a la pizarra y escribía la frase. Hacía el análisis morfológico de cada palabra y me quedaba en blanco, o me sumía en una sucesión de errores, que el Mapache me dejaba cometer, para luego corregirme a sus anchas.
-Mal, muy mal. Está mal el análisis y está mal el gráfico. Para delimitar los complementos tienes que hacerte varias preguntas. ¿Qué recorren las aguas? Su camino. El camino lo recorren. Es complemento directo. Se convierte en sujeto de la pasiva: El camino es recorrido por las aguas. Y ahora, ¿Cómo recorren las aguas su camino? Lentamente indica el modo de hacerlo. Es complemento circunstancial. Cuidado aquí. Si concordase con el sujeto, sería predicativo: Las aguas recorren lentas...
Yo no entendía nada. Es más: sentía que, a medida que analizaba las frases y las descomponía, más artificiosas me parecían y menos me gustaban.
Cuando nos ponía un ejercicio y se lo entregábamos, me devolvía el mío lleno de tachaduras. Si nos. pedía una redacción, me criticaba por usar pocos conectores, y me sugería los que debía haber utilizado. Conectores... Había empezado a usarlos antes de saber qué significaba esa palabra, y si ahora lo hacia menos era porque no necesitaba tanta muletilla. Ni siquiera le gustaba mi manera de colocar algunas comas, o de prescindir de ellas.
Un día, casi sin darme cuenta, salí del instituto cuando empezaba la clase de Lengua y me fui a pasear por un parque cercano.
Aquello se convirtió en una costumbre. Me sentaba en un banco y leía. A veces me aburría un poco, y estaba a punto de volver a clase. Pero me daba pánico pensar, por poner un ejemplo, que el Mapache podía preguntarme la clasificación de las figuras retóricas en el plano morfosintáctico.
Falté tanto que al final llamaron a casa y hablaron con mi madre, que se lo contó a mi padre antes de hablar conmigo. Cuando llegué a casa estaban esperándome. Parecían más preocupados que enfadados.
-Nos cuentan que llevas dos meses faltando a clase de Lengua, y que no tienen más remedio que suspenderte -me dijo mi padre-. ¿Es verdad?
Sentí como una liberación, porque estaba harto de engañarlos. Les hablé del Mapache, de la jerga sintáctica, de los conectores. Les enseñé el libro de Lengua, y hasta el de Historia.
Me preguntaron si aún quería ser escritor, y les dije que sí, aunque ya no estaba tan seguro. Desde que estaba en primero de Bachillerato, se me habían ocurrido los argumentos de varios cuentos, pero no me decidía a escribirlos. Era como si hubiera perdido el impulso.
Estuvimos hablando durante horas. Al final me ofrecieron dos posibilidades: que me examinara de todas las asignaturas y que me dejara la Lengua para septiembre, o que cambiara de modalidad y me matriculara en un Bachillerato de Ciencias de la Naturaleza y de la Salud o en un Tecnológico. Me dieron tiempo para pensarlo, pero lo decidí enseguida. Me examinaría de las asignaturas cornuries, y haría el Bachillerato de Ciencias de la Naturaleza. Si era cierto que la narrativa era un género de madurez, como decía Muñoz Puelles, siempre tendría tiempo de practicarla y de acabar mi novela. Y, mientras, aprenderla otras cosas.
Es lo que hice. Ahora tengo veintidós años y estudio cuarto de Ciencias Ambientales. Me han encargado un trabajo sobre la distribución de las poblaciones de escarabajos en las dunas, que parecen de oro cuando les da el sol de la tarde. Disfruto con lo que hago y no añoro el ejercicio de la literatura, pero de vez en cuando me pregunto qué estaría escribiendo ahora si no hubiese renunciado a la hermosa herencia de Edgar Allan Poe.
Vicente Muñoz Puelles


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