viernes, 17 de abril de 2015

EL VICIO DE LEER

Después de pensármelo mucho, acudí a la reunión de lectores anónimos que había convocado la biblioteca pública. Cuando me tocó el turno de hablar, saqué el papel que había estado preparando toda la tarde, y leí:

Mi nombre no importa, soy un lector anónimo. El día que dije en mi casa que me gustaba leer, mi padre puso el grito en el cielo.

-Pero, bueno, ¿cómo es posible que te guste leer? –dijo alzando la voz-. ¿Me has visto a mí leer alguna vez? ¿Lee tu madre? ¿Lee tu hermano mayor? No, verdad. Ninguno de nosotros leemos. ¿Y no estamos todos sanos y fuertes?

         Mi madre fue más suave, aunque su tono también estaba cargado de reproches.

-Hijo, ¿por qué lo haces? ¿Por qué lees? –me preguntó entristecida.

Sin dejarme responder, mi padre volvió a la carga y siguió despotricando.

-Vamos a ver. Tienes un ordenador, tienes un montón de videojuegos, te hemos puesto un televisor en tu cuarto y, a pesar de todo eso, que buenos esfuerzos nos ha costado, el niño caprichoso prefiere leer libros. ¿Te parece bonito ese vicio?

¿Vicio? Yo, la verdad, no supe qué responder. Según comprobé después a escondidas en el diccionario, que también es un libro, un vicio es una mala costumbre que se repite con frecuencia.

En aquel momento, más que un vicioso, me sentía como un ladrón que acabara de robar en el Banco de España y hubiera sido pescado in fraganti.

Para colmo todavía tenía el botín en la mano, la prueba del delito, esto es, los libros que acababa de sacar de la biblioteca pública. Mis padres los miraron horrorizados y leyeron los títulos con dificultad.

Bueno, la cosa no paró ahí. Tuve que prometerles a mis progenitores que nunca más volvería a leer libros en casa.
La verdad es que me gustaría compartir este interés por la lectura con alguien, pero mis amigos piensan como mis padres. Ellos sólo saben hablar de fútbol. Un día que les insinué haber leído un libro, me miraron como si fuera un enfermo contagioso, y se alejaron de mí poniendo cara de asco.

He cumplido mi promesa a rajatabla. Ya no leo en casa, ahora leo sentado en un banco del parque y en la biblioteca pública, donde ellos no pueden verme.

A veces, cuando me dedico a este vicio, tengo miedo a que me descubran, aunque luego me olvido de todo.

Lo siento por mis padres, pero a mí me gusta leer, ¿y qué?

Paco Abril 

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