domingo, 1 de marzo de 2015

EL REY

Enviado por Pedro:

En plena Segunda Guerra Mundial, la monarquía británica observa sin demasiada confianza en sus propias fuerzas el inexorable avance de los ejércitos del Reich. Pero la familia real no la forman los ubicuos miembros de la Casa de Windsor, sino el legendario rey Arturo y toda su corte de damas, nobles y caballeros, que han de hacer frente a los problemas de un conflicto moderno (bombardeos indiscriminados, propaganda, la levantisca actitud de muchos de sus súbditos, y el dilema de utilizar o no el nuevo Grial: la bomba atómica).

Arturo, cuya longevidad no deja de sorprender a propios y extraños, sigue reinando a mitad del siglo XX con casi el mismo espíritu y la misma visión del mundo de su época. Así los valerosos caballeros de la Tabla Redonda no combaten a los sajones sino a los nuevos bárbaros nazis; no escuchan los relatos de sus hazañas (y de sus pifias, tan frecuentes o más) de boca de bardos, sino a través de unas viperinas emisiones radiofónicas; ni siquiera les queda el consuelo de defender el honor de unas damas que se han espabilado más de lo imaginable y que no quieren seguir eternamente calladas y pasivas. Perdidos en un mundo que ya no es el suyo ofrecen, por por contraposición, una imagen espectacular tan realista como desencantada de la época actual.

Donald Barthelme escribe una parodia de la novela histórica con pretensiones: si normalmente se proyectan ilusiones e ideologías del presente a sucesos del pasado, él con humor y sutileza, trae personajes del pasado a la modernidad. El anacronismo, más allá de las situaciones inesperadas y hasta hilarantes a las que da lugar, incita a una reflexión distanciada e irónica sobre nuestra propia época. La novela es una parodia que huye de provocar la risotada fácil y juega con los anacronismos para mostrarnos las penurias de nuestro tiempo.

Arturo cree en los valores señoriales, no sólo para hacer la guerra de la forma más limpia posible, sino para mantener en su sitio a una plebe demasiado levantisca que le monta huelgas en pleno conflicto. Ha aprendido algunos trucos modernos como subir los salarios y después, gradualmente, los impuestos. Y tiene sus frustraciones económicas por no ser tan rico como la reina Guillermina de Holanda. Pero no es partidario de mandar contra la población civil tanques o aviones cargados de bombas porque sería una “violación del contrato social”.

En su 190 páginas, todos sus capítulos son diálogos, no hay ni una sola línea descriptiva o de narración; ello hace que su lectura sea ágil.

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