martes, 11 de noviembre de 2014

LOS CENTINELAS DEL TIEMPO

Esta novela corta de Javier Negrete la encontramos en la antología Mañana Todavía. Con ironía recrea en su distopía el mundo de lo políticamente correcto en educación, y consigue que saboreemos la pasión por los libros, mientras realiza una defensa de la lectura libre (la cual pocas veces se lleva a cabo en nuestros centros), pasando por los homenajes a Poul Anderson, Bradbury (con una quema de libros digna de los compañeros de Montag), Tolkien…

Os dejo con el sorprendente fragmento relativo al Señor de los Anillos, no tiene desperdicio.

Tres anillos para las personas que gobiernan al grupo étnico élfico.
Siete para las personas del grupo étnico que tallan la piedra en viviendas también de piedra.
Nueve para las personas humanas con un destino propio.
Uno para el Señor imperialista sobre el trono imperialista.
Un anillo para gobernarlos a todos, un anillo para encontrarlos,
un anillo para atraerlos a todos y atarlos en algún sitio,
en la tierra de Mordor donde ocurren cosas injustas.

                Como siempre que Pablo abría la cubierta, en el metapapel apareció el poema con el que empezaba El señor de los anillos. Por alguna razón, el dichoso libro se empeñaba en que leyera aquellos versos una y otra vez. Cuando llegó al último, las letras se borraron y se convirtieron en los párrafos de la página donde se había quedado en la última sesión. 228. Ya estaba muy cerca del final. ¡Menos mal!

                Estaban en AnimaLec, la clase semanal de Animación a la Lectura, dentro del currículo de Comunicación Humana Articulada. Para el compañerado del propio Pablo era simplemente CHA, mientras que su progenitora femenina solía decirle: «Eso ha sido Lengua Española de toda la vida». Yoni, la persona docente que impartía la asignatura, paseaba entre las filas de mesas con las manos a la espalda y el ceño levemente fruncido que caracterizaba su gesto cuando se aburría, como si el mero hecho de aburrirse ya supusiera un esfuerzo intelectual para él. Curiosamente, a Yoni no se le ocurría leer un libro jamás. Al parecer, ni a él le convencían demasiado los carteles de enormes letras y vivos colores que se alternaban en la pizarra digital y las pantallas laterales para ilustrar la «AnimaLec».

                Leer te hace más respetuos@ con l@s dem@s.
                Los libros es el mejor aparato de cultura.
                La lectura, te descubre nuevos mundos.

                El libro captó que Pablo estaba apartando las pupilas demasiado a menudo. El texto de la novela desapareció de la página por unos segundos, sustituido por un breve párrafo:

                La lectura es una cuestión de concentración. No te distraigas, persona alumna Pablo Colmenero. Te sugerimos que, disfrutes desde la libertad y la responsabilidad de esta apasionante actividad.

                Pablo volvió a su lectura. Había escogido El señor de los anillos porque su progenitor masculino, cuando todavía vivía con él y con su progenitora femenina, le había dicho: «Es una obra maestra. Cuando lo leí de niño, me tiré despierto hasta las cuatro de la madrugada para acabarlo. ¡Y eso que tenía clase al día siguiente!».

                Pablo no se imaginaba leyendo aquel tostón ni siquiera hasta la doce de la noche. El mapa del principio, que sugería la promesa de un mundo diferente y emocionante, le había hecho concebir ciertas expectativas. Sin embargo, a la hora de la verdad el argumento no tenía nada de especial. Como en cualquier otro libro de lectura aparecían grupos étnicos diversos, pero todos acababan siendo casi iguales y comportándose de idéntico modo.

                El primer grupo étnico del que hablaba la persona autora eran las personas hobbits, que se diferenciaban de las humanas porque andaban descalzas y les crecían matojos de pelos en los pies. Eran vegetarianas, abstemias, y vivían en comunidad con la naturaleza haciendo ejercicio saludable todos los días. Pero eso, al fin y al cabo, lo hacían todas las demás, tanto las personas de las casas de piedra (en ningún momento se explicaba en qué se distinguían de las otras), como las humanas o las élficas (estas tenían las orejas puntiagudas y poco más).

                Un poder maligno llamado Sauron pretendía esclavizar a todos los grupos étnicos libres de la Tierra Media. Para lograrlo, había corrompido con propaganda imperialista a otro grupo, el de los orcos, que además eran más violentos por su naturaleza de género, ya que se reproducían por una especie de partenogénesis y entre ellos no se encontraban personas femeninas. La única forma de evitar que Sauron dominara el mundo era destruir el llamado Anillo Único arrojándolo a un volcán. Con tal objetivo se había organizado una compañía de personas heroicas. La hobbit femenina Froda era la encargada de llevar el Anillo junto con su persona amiga masculina Sam (que no era inferior en clase social a Froda; por alguna razón, el libro hacía mucho hincapié en este punto). La compañía la completaban diversas personas más de diversos grupos étnicos y tendencias sexuales, incluyendo una con poderes especiales llamada Gandalf que cada dos por tres decía: «Lo mejor que he hecho en mi vida ha sido dejar de fumar».

                «Verás cuando llegues a las minas de Moria y al Balrog, el monstruo de fuego», le había avisado su progenitor masculino. «¡No sé si pasé más miedo leyendo el libro o viendo la película!».

                La película ya no la ponían en la tele, y además era antigua, pero al parecer pronto se iba a estrenar un virturemake. Mientras tanto, Pablo no había encontrado en el libro ni minas ni monstruos de ningún tipo, salvo las «entrañables» personas trolls (así las definía la persona responsable de la autoría). Solo bosques y prados, más bosques, más prados, una persona ecologista llamada Tom Bombadil que vivía en total comunidad con la naturaleza formando una unidad familiar de tres personas con Baya y con Oro, y después más bosques y más prados.    

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                ¡Libros de verdad, no de metapapel! Muchos de ellos eran bastante voluminosos, algunos con lomos de más de tres dedos de grosor, e incluso como la palma de la mano. Abrió al azar uno, Los papeles del club Pickwick de un tal Charles Dickens, y comprobó que tenía más de mil páginas. ¡Cualquiera se leía eso! El señor de los anillos era uno de los libros más largos que le habían ofrecido a Pablo para leer, y no llegaba a trescientas. Se preguntó si tendrían El señor de los anillos en papel. ¿Cómo averiguarlo? Por fin encontró lo que buscaba: una versión en papel de El señor de los anillos. ¡Caramba, qué gorda era! Al abrir el libro comprobó que sobrepasaba las mil páginas, impresas con letras que parecían hormigas. «Qué cosa más primitiva», pensó. ¿De dónde había sacado la persona autora material para rellenar tantas páginas? ¿Había introducido más escenas de prados y bosques hasta destruir el maldito anillo? Al principio del libro se hallaba el poema. Cuando lo leyó, Pablo se llevó una sorpresa mayúscula.

Tres anillos para los reyes elfos bajo el cielo.
Siete para los señores enanos en palacios de piedra.
Nueve para los hombres mortales condenados a morir.
Uno para el Señor Oscuro sobre el trono oscuro,
en la tierra de Mordor donde se extienden las sombras…

                ¿Reyes elfos? ¿Cómo podía ser que un grupo étnico se dejara gobernar por un régimen tan retrógrado? Enanos habitando en moradas de piedra… Pero «enano» era un insulto grave, una de esas palabras en Proceso De Erradicación. ¡Menos mal que no le había dado por leer los versos en voz alta, porque su propio móvil lo habría delatado! Y lo de los hombres mortales… ¿Acaso no había mujeres entre ese grupo étnico, o es que la persona autora las había invisibilizado a propósito para cosificarlas?

                Pablo pasó páginas, leyó aquí y allá y eso le bastó para descubrir que aquel libro no tenía nada que ver con el que estaba usando en AnimaLec. Sintió un escalofrío. Aquella novela prometía encerrar mucho más; amenazas oscuras (sí, la oscuridad aparecía por todas partes y era chunga), temores inciertos de los que siempre se le había protegido. Por otra parte, en su estremecimiento se mezclaba algo de revulsión. El lenguaje en que estaba escrito el libro contradecía una línea sí y otra también todos los principios que le habían inculcado. En cualquier caso, aquel tomo tan gordo prometía ser infinitamente más interesante que la versión de AnimaLec. Pablo pensó en llevárselo, pero se había dejado en clase la mochila donde traía el bocadillo para el primer recreo, y el libro era demasiado voluminoso para esconderlo debajo de la ropa.

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