sábado, 27 de septiembre de 2014

EL DINOSAURIO

Dicen que la siguiente línea de Augusto Monterroso es una obra maestra.

            Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.


Personalmente prefiero más el microcuento La Culta Dama del escritor hispanomejicano José de la Colina, que solemos atribuir a muchas de nuestras celebrities:

Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado “El dinosaurio”.
Ah, es una delicia – me respondió – ya estoy leyéndolo.


Pero la escritora mejicana Guadalupe Loaeza en su libro Leer o Morir (ensayos breves de las obras inmortales de la literatura mundial, con un estilo dinámico y entretenido, lleno de datos precisos y reveladores) nos desvela algunos datos reveladores sobre esas siete palabras de Monterroso

Quizá nunca se hayan escrito tantos ensayos y tantas interpretaciones acerca de un texto tan breve. Dicen que sólo las seis palabras con las que comienza el Génesis han sido tan comentadas: “En el principio era el verbo”. Todo mundo, hasta los que no conocen a Augusto Monterroso (1921-2003) saben de su cuento El dinosaurio, porque es un universo en sólo siete palabras: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Acerca de este cuento han escrito autores como Italo Calvino y Mario Vargas Llosa, quienes lo consideran una pieza única en la literatura y una verdadera lección de escritura. Todavía nadie ha terminado de analizar este brevísimo relato, al que su autor llamaba “novela”. Para muchos es un relato fantástico, para otros es sólo una pieza de humor y hay quien dice que se trata del pionero de un nuevo estilo de la literatura. Hay que decir que no carecen de razón, ya que generalmente los twiteros lo citan a la menor provocación, especialmente en estos días en que amanecemos rodeados de dinosaurios.

También es cierto que los twiteros son hijos de este cuento, porque El dinosaurio demuestra que la imaginación no está limitada por la brevedad. Leamos las palabras que Carlos Monsiváis dedica al relato: “Estas siete palabras han recibido todos los homenajes y todos los ultrajes del humor falso, se han visto adaptadas a contingencias políticas y agravios artísticos, han funcionado como lema de marchas de protesta y han sido y son ocurrencias de sobremesa de los que ignoran el nombre del autor (y el destino ineluctable de las ocurrencias memorizadas). Pero el relato mismo (las hipótesis sobre lo que sucedió antes o después del despertar) sigue a cargo del lector, que debe justificar su entusiasmo o su sonrisa de entendimiento. El dinosaurio, en rigor, es un aviso del cuento que se desarrolla lejos de quien lo urdió. Monterroso se sitúa en un momento de la realidad o de la fantasía, y lo demás es la narrativa añadida”.

Aun cuando sus cuentos son sumamente divertidos y muchas veces nos hacen reír, este autor nacido en Guatemala decía que no era un humorista. Nada le gustaba menos que la gente se acercara a él para decirle que era muy gracioso. Como era muy educado, sólo decía: “Gracias”. Pero en su fuero interno sabía que muchos de esos pasajes “humorísticos” lo habían conmovido sin causarle ninguna gracia. La verdad es que sus fábulas sobre ovejas, moscas, rayos, jirafas, leones, lobos, monos o gallinas son tan fascinantes como El dinosaurio. Lo mismo puede decirse de su novela Lo demás es silencio y de sus cuentos de crítica social. Y, finalmente, sus ensayos son todo un derroche de imaginación y sabiduría.

Numerosos escritores han imitado El dinosaurio y han producido historias de una sola línea. Sin embargo, acerca de la brevedad, hay que citar lo que opinaba el autor de El dinosaurio: “He escrito algunos textos breves y algunos brevísimos, pero eso no quiere decir 1) que siempre sea breve; 2) que me guste serlo, ni 3) mucho menos que predique la brevedad”.

Lo que mucha gente ignora es que el Dinosaurio era en realidad un escritor peruano llamado José Durand (1925-1990). Durand fue becario del Colegio de México en los años 50, y ahí conoció a Monterroso y al escritor nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez. Además de que los tres se hicieron muy amigos, decidieron compartir un departamento. Era muy curioso verlos caminar por las calles porque Durand medía 1.90, en tanto que Monterroso era muy bajito. Como él mismo decía: “Desde chiquito, fui chiquito”. No hay que olvidar que entonces, Monterroso tenía muy poco tiempo de haber llegado a vivir a nuestro País. A pesar de que había sido un escritor autodidacta, era un lector obsesivo; cuando era joven trabajó en una carnicería, donde no tenía vacaciones porque sólo descansaba un día al año, el Jueves Santo, única vez en que no se vendía carne. Así como trabajaba diario, Monterroso era lector de todos los días, siempre iba a la Biblioteca Nacional y sacaba libros clásicos. De ahí que se aficionara a las fábulas latinas y que soñara con escribir como los clásicos.

Durand era muy enamorado, y muchas veces se pasaba las noches platicando de sus novias al pie de la cama de cualquiera de sus dos amigos. No era nada raro que Monterroso o Mejía Sánchez platicaran de su amigo: “¿Sabes? Anoche estuvo el Dinosaurio hablando de sus novias. Habla tanto que me quedé dormido y cuando desperté, todavía estaba allí”. Esta frase estuvo revoloteando alrededor de Monterroso mucho tiempo hasta que se dio cuenta de que por su ambigüedad podía funcionar muy bien como un cuento, así que la agregó en su segundo libro de cuentos, el cual tiene uno de los mejores títulos Obras completas... y otros cuentos (1958). Desde entonces, por alguna magia especial que tiene este relato, los lectores de Monterroso no lo olvidan, lo leen, lo releen, se divierten con él, pero, sobre todo, lo convierten en un escritor entrañable.

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