sábado, 22 de marzo de 2014

EL PODER DE LA PALABRA

Comencemos con nuestro texto de esta semana


El narrador de historias aparecía de vez en cuando por la hacienda y siempre era bien recibido. En realidad, era un vagabundo desarraigado que se ganaba el sustento contando historias y leyendas por el mundo. Sus narraciones no siempre fueron nuevas, pero su modo de relatarlas les otorgó una especie de magia especial. Su voz podía resonar como un trueno o susurrar como un céfiro. El viajero era capaz de imitar una docena de voces a la vez y de silbar como un pájaro con tal fidelidad que las propias aves acudían a él para escuchar lo que tenía que decir.

Y, cuando imitaba el aullido del lobo, el sonido era capaz de erizar el pelo de la nuca a los oyentes y atenazarles los corazones como si hubiera llegado lo más crudo del invierno. El viejo era capaz de imitar el sonido de la lluvia y el viento y, lo más asombroso del todo, el sonido de la nieve al caer. Sus historias estaban llenas de sonidos que les daban vida, y a través de ellos y de las palabras con que urdía sus relatos, parecían cobrar vida también para sus arrebatados oyentes las imágenes, los olores e incluso el tacto de unos tiempos y lugares remotos y extraños. El narrador ofrecía gratis todas estas maravillas a cambio de unos platos de comida, unas jarras de cerveza  y un rincón cálido del cobertizo del heno donde poder dormir. El hombre vagaba por el mundo tan libre de posesiones materiales como los pájaros


 David Eddings, Crónicas de Belgarath

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